Mis papás me han dicho que alguien construye los parques para que los niños juguemos, que alguien los cuida y riega los árboles, la hierba y las plantas. Que alguien compra e instala los columpios. Mis papás me han dicho que ese mismo alguien abre colegios para que los niños aprendamos y los hospitales para que nos curemos cuando nos ponemos malitos. Mis papás me han dicho que ellos, junto a los demás papás, eligen cada cuatro años a ese alguien entre otros papás que se ofrecen a cuidar el mundo de los niños y el de los papás para que todos podamos vivir un poco mejor, para que podamos ser más felices.
Mis papás me han dicho, también, que ese alguien que manda tanto y que es tan bueno y servicial hace mucho, mucho tiempo, decidió colaborar para que no nacieran los hijos de algunas mamás, que suelen ser las mamás más desprotegidas, las más necesitadas de ayuda. Entonces ese alguien, a los ojos de los niños, se hizo menos bueno y menos servicial, porque escribió una ley que le hacía cómplice con la muerte de los inocentes, que son los niños que sufren una enfermedad o una malformación, los niños concebidos en violencia y aquellos que suponen una dificultad para la mente de sus mamás. Ese alguien, con su ley, hizo cómplice también a todos los papás y a las mamás que se han acostumbrado a que otros niños mueran, que es lo único que odiamos los niños porque nosotros estamos llenos de vida y llegamos al mundo para regalar amor, especialmente a nuestras mamás y a nuestros papás. Y más especialmente a nuestras mamás cuando están desprotegidas y necesitadas de ayuda.
Los niños sabemos que en esta ciudad tan bonita, repleta de árboles, de jardines, de plazas y parques, que en esta ciudad y en otras ciudades de España como esta, decoradas por ese alguien para que vivamos el espíritu de la Navidad, hay centros que no se han construido para que los niños nos curemos sino para que no nos dejen nacer cuando nos convierten en un problema. Y sabemos que más de un millón de niños que pasaron por esos centros nunca, nunca jamás, verán la luz del sol.
Quisiéramos ser amigos de esos niños, encontrárnoslos en los columpios, en las escaleras del tobogán, entre las flores o junto a los estanques. Pero no podemos porque ese millón de niños ya no está. Acabaron con ellos aprovechándose de que eran muy pequeñitos y muy débiles, aprovechándose de que todavía no habían aprendido a hablar, aunque sí sabían gritar y saltaron en la tripita de su madre al sentir algo extraño y enemigo, en esa tripita que debería ser el cobijo más seguro para los niños chiquitines y que se convirtió en su tumba.
Quisiéramos haberlos conocido, formar con ellos un enorme equipo de risas y de juegos, compartir con ellos esta Navidad y las Navidades próximas y las otras… Pero ese alguien que manda no quiso escuchar la voz de su debilidad. Tampoco quiso escuchar la voz de debilidad de su mamá, que necesitaba ayuda y no una ley que le amparase en algo tan feo y tan triste.
Por eso venimos en este alegre pasacalles, para gritar a todos los papás y las mamás, para recordar a ese alguien que manda y a todos los demás niños del mundo, que nunca vamos a olvidar a los que no han podido iluminar las calles con sus risas, a los que no se han sentado en el pupitre de un colegio y no han abrazado a un osito de peluche. Les recordamos y les queremos, y queremos a sus mamás desamparadas, a las que lanzamos nuestros brazos pequeños para que vean en nosotros a esos hijos que se quedaron en un cubo de basura.
Nosotros somos niños y hemos nacido para querer y para que nos quieran. Deseamos recordar al mundo que el amor es lo único que merece la pena. Nunca más la muerte de un inocente. Nunca el olvido de las mamás que sufren. Porque los hijos no somos problemas en la vida de los adultos, sino la ayuda para solucionarlos.
Así que pedimos la colaboración de ese que manda, de todos los papás y las mamás, de los policías, los bomberos, los superhéroes, las princesas y los futbolistas, para que no se olviden de todos los niños que vendrán en el futuro. Ayudadles a nacer, a sentir el abrazo de una mamá, de un papá, ayudadles a disfrutar de las caricias, de los besos, de los arrullos, de los juguetes, de los amigos, de los bombones… El resto de los niños lo necesitamos. Necesitamos crecer seguros en un país en el que la VIDA es el punto de partida y de llegada de todas y cada una de las personas. Un país en el que se quiera y proteja a los más débiles, a los más necesitados, a aquellos a los que hoy sólo les espera la frialdad de la muerte y la indiferencia.
Hacednos sentirnos orgullosos de vuestra valentía, de vuestra bondad, de vuestra justicia.
Y a todos los niños que, mientras tanto, sigan siendo víctimas de esta loca decisión de los mayores, os decimos a voz en grito:
¡¡Os queremos mucho!!
(Infinitas gracias a
Miguel Aranguren por esta bonita y desinteresada contribución)